Capítulo
1
Un martilleo constante recorría la
habitación, detrás de las cortinas translucidas se podían intuir las ramas de
un árbol golpeando una y otra vez el cristal. Di una vuelta en la cama, ni
mucho menos la primera, así que resoplé y decidí que sería la última. Cogí una
sudadera y, descalza, pero con unos zapatos en la mano, lo más sigilosamente
que fui capaz recorrí la casa, y ya en el umbral de la puerta, me calcé. Cuando
estaba en el rellano, dispuesta a bajar hacia la calle, recordé el día en el
que me habían enseñado el piso, y subí todas las escaleras, a un paso lento
hasta la azotea.
Se respiraba un aire puro, y se podía ver
gran parte de la ciudad. El tímido sol iluminaba el alba, con aquella luz anaranjada
tan peculiar. El frío acarició mi piel, con la misma delicadeza con la que yo
posaba mi vista en el horizonte. Los pensamientos se agolparon en mi cabeza,
junto con las inseguridades. Y la soledad. Algo que me había perseguido,
dándome sombra, desde la huída de Jaime. Eché tanto de menos un cuerpo
abrazándome que el frío me recorrió por completo, cerré los ojos y tragué
saliva, intentando olvidarme de los problemas que parecían perseguirme fuera a
dónde fuera. Miré mis pulseras, que me cubrían, me separaban de mi realidad, y
sobre todo separaban al resto del mundo de descubrirla. Aunque supongo que ya
era más que obvio que algo se escondía detrás de aquellas cintas que nunca me
quitaba y que resultaban excesivas a cualquier ojo. Las manos me temblaban, y
mis ojos miraron al frente, en mitad de la madrugada. Quizás buscaba una razón
por la que estar allí, o quizás solo buscaba la razón que me llevaba a seguir
viviendo, lo que me hizo mirar de nuevo a mi cubierta muñeca. A veces pensaba
tan fríamente en mi propia muerte que me asustaba pensar en mi misma. Una fría
mano interrumpió esos - no debidos- fríos pensamientos. Una voz grave llegó a mis oídos, rompiendo el
silencio de una forma tan delicada, que había conseguido no sobresaltarme
aunque jamás la hubiese esperado. Era Rubén. Intenté esconder las lágrimas
secándomelas con el dorso de la mano, aunque sabía que él ya se había dado
cuenta de ellas desde el momento que había entrado. Lo que no sabía era cuánto
tiempo hacía que me estaba observando.
-¿Qué haces aquí?- me dijo.
-Juraría que lo mismo que tú. -apunté
observando cómo sacaba de su bolsillo trasero un cigarro y un mechero. Tan solo
otra forma de huir de las dificultades.
-¿No puedes dormir? -negué con la cabeza.-
Yo tampoco, ¿qué tal si "nopodemosdormir"
juntos?
-Es el mejor plan que me han hecho en mucho
tiempo.
Sonrió, pero en sus ojos se reflejaba una
mirada agria. Y al verme reflejada en ellos comprendí que mis ojos rosados
encima de mi sonrisa expresaban exactamente lo mismo. Se llevó el cigarro a la
boca, y segundos después expiró todo el humo que contenían sus pulmones. El
viento lo arrastró, haciendo hondas con él, una y otra vez que seguí con mis
ojos hasta que el contraste por la luz de la azotea desapareció y todo ese humo
se disipó convirtiéndose en invisible.
-¿Sabes cuando a veces nos gusta algo, pero
nos auto convencemos de que no nos gusta? Nos decimos a nosotros mismos
"no, no te gusta" y terminamos engañándonos, terminamos creyéndolo porque
pensamos que es malo para nosotros. -le miré, expectante mientras le daba otra
calada al cigarro y se preparaba para seguir hablando.- Supongo que me he
empeñado en que no me cayeses bien desde que entraste por la puerta.
-No hace falta que te disculpes, Rubén...
No es que yo haya hecho nada para caerte bien, sino más bien todo lo contrario.
-No estaba preparado para que nadie llegase,
¿sabes? -su mirada estaba perdida, a lo lejos, tragó saliva.- Hace poco que
salió de mi vida alguien muy importante para mí. De ella eran todas esas
cosas... Se fue, sin más, ¿sabes? Un día me levanté y se había ido, sin una
puta explicación... Solo una nota, un adiós, yo no...
-Rubén.- le interrumpí.- No hace falta que
te excuses, no hace falta que me cuentes absolutamente nada si no quieres.
Asintió, mientras se mordía el labio.
-Solo es que la echo de menos, ¿sabes?
Mucho.
-Creo que es visible que yo también le echo
de menos...- susurré.
-¿Cómo se llama?- dijo su voz, directa de
su garganta.
-Jaime.- sonreí, tristemente.
Ambos miramos a la calle, tantos metros
debajo de nuestros propios pies, aunque yo aguanté poco haciéndolo, mi vista se
elevó, inevitablemente, mientras contenía la respiración solo para intentar
hacer lo mismo con las lágrimas, ya rozando mis mejillas.
-¿Sabes? No deberías preocuparte por
haberme odiado.- me miró, yo ni siquiera pude mantener mis ojos en los suyos
más de unos segundos.- Nadie, nunca, podrá odiarme más que yo misma.
-Yo no...- dijo él, tembloroso.
-Ya, sé de sobra que parezco una chica
segura, no lo soy, Rubén... Y nunca lo seré.
Juraría que lo vi tambalearse en su sitio,
hubiese jurado verle inseguro, pero deseché la idea, jurando que eso no era
posible. Sin embargo, parecía contener las lágrimas. Tomó otra calada de su
cigarro, y presionándolo con los labios me acercó con las dos manos hasta su
pecho. Las lagrimas parecían brotar sin pausa y mi piel se erizó.
-No quiero mancharte el jersey.- susurré,
refiriéndome al maquillaje que parecía inundar ya mi cara.
-De todas formas, esta semana te toca hacer
la colada.- rió, besándome el pelo.
Y, solo entonces, por primera vez desde que
había llegado me sentí en casa. Aunque esa sensación duró menos de lo que
hubiese deseado. De hecho, fue una de las sensaciones más efímeras que había
tenido en mucho tiempo. Al reincorporarme, descubrí que mis pulseras habían
descendido lo suficiente como para ver el principio de un corte. Un corte que
de algún modo encajaba perfectamente con la razón que me había llevado a estar
enterrada en el pecho de alguien a quien hace unas horas odiaba. Y esa
reflexión me hizo mirar atentamente a esa persona, y descubrir que él también
estaba mirando a mi muñeca.
Acto seguido nuestras miradas se cruzaron y
no pude evitar mirar al suelo.
-Ven a dar una vuelta conmigo en mi coche.
- dijo.- Por favor.
-Rubén...- respondí, sin apenas levantar la
mirada del suelo.
-Pero con una condición: Prométeme que solo
miraras hacia adelante o hacia mí, nunca hacia la ventanilla derecha.
-Rubén, no puedes poner condiciones si me
lo estás pidiendo tú.
-Claro que puedo. -dijo elevando la cabeza para
que dijese la palabra que necesitaba escuchar.
-Prometido.- me resigné, admitiendo que no
tenía más opciones que darle explicaciones en un maldito coche.
Segundos después maldecía aquella palabra
más que nada. Llevaba un buen rato con Rubén en el coche cuando entramos en la
autopista y todavía no había dicho una palabra.
-Mira, Rubén. Si
pretendes que valore mi vida porque ahora pongas este trasto a 180 km/h y vea
la muerte delante de mis narices, no... - mascullé, deseando volver a estar en
mi cama y contemplando la hora en un naranja neón en un pequeño monitor.
-Sh.- me
interrumpió. - ¿Sabes? Yo valoro mi vida. No la voy a tirar por la borda para
demostrarte que merece la pena.
Le miré, con los
ojos como platos, elevando las cejas y arrugando la frente, para después
descenderlas y mirar por mi ventanilla.
-Mira hacia
adelante.- ordenó.
Bufé y miré
atentamente al alquitrán sobre el que conducía, sin dejar de observar la línea
continua del lado derecho de la autopista.
-Alex.- me llamó, lo
que me hizo mirarle.- ¿Ves esto?.- preguntó, elevando la barbilla hacia el
frente, lo que me hizo contemplar los campos y montañas, los coches y la
carretera.
-Sí, claro.
-Esto, es una parte
tan insignificante del mundo que asusta. Es incluso más pequeño que una hormiga
respecto de una ballena... Pues imagínate como será esta mierda de carretera
respecto del universo. Del universo entero, ¿sabes?
-¿A dónde quieres
llegar?
-Tú ahora vives en
Madrid, ¿no? Pues tu vuelves a ser una parte enana de una cosa grande...- continuó
sin escuchar mi pregunta. Hacía tiempo que había despegado mis ojos de la
carretera y me centraba en uno y cada uno de sus movimientos, de los
sentimientos que presentaba en su cara al hablar.- Así que si volvemos a tomar
el ejemplo de la hormiga y la ballena... Resultaría que tú, para el mundo eres
tan pequeña como para ti un microbio. Y para el universo... Pues imagínate lo
que eres para el universo. Así que, concluyendo. Para el mundo, eres
insignificante.
Le miré,
sorprendida, sin perder detalle de las palabras que se agrupaban en mi
interior, que se movían de neurona en neurona, sin parar de querer más, aunque
suponiendo que en el fondo sabía lo que venía, sabiendo qué iba a pasar y que
iba a doler, al ver la rabia en su interior que se demostraba en cada
movimiento seco y fuerte a la vez, aunque intentase disimularlo.
-Si tu ahora mismo
te murieses, no importaría una mierda. El mundo seguiría igual, nada cambiaría.
Absolutamente nada. A Dios, si es que existe- dijo mirando el crucifijo de una
de mis pulseras.- le importa una mierda que estés bien o mal, que estés muerta
o viva. Y al fin y al cabo, al resto del mundo también.
Mis ojos me
empezaron a escocer, o mejor dicho a quemar y las manos me temblaban, junto con
las piernas y los labios. Pero nada era comparado con ese dolor que me oprimía
el pecho y que me estaba impidiendo respirar por unos segundos.
Aún así, no despegué
mis ojos de su perfil.
-De hecho, al mundo
le dan igual tus cortes. ¿Sabes?¡A Dios se la suda si tú te machacas, y eso
duele muchísimo más que la jodida muerte! Al mundo se la suda si te quieres
matar o si estás muerta, Alexandra.- finalizó.
No sé si fue la
forma de decir mi nombre al final, la forma de tratar mi vida como una basura,
de decir que le daba igual al resto del mundo, de que él había sido la primera
persona en decirme en alto que me había intentado matar o el hecho de que lo
hubiera hecho de aquella manera tan fría, pero la sangre hirvió en mis venas y
separé mis ojos de él para mirar a un lado y llorar mientras la rabia me
consumía.
-Mira hacia el
frente, Alexandra.- volvió a ordenar.
-Para el coche...-
susurré.
-¿Qué?
-Que pares el puto
coche. ¡Páralo ya, joder!
Al cabo de unos
minutos estaba sentada en un quitamiedos, mirando al suelo, como un herido en
un accidente. Aunque estoy segura que ningún herido siente tanto dolor como yo
sentía en ese momento. Pero lo peor sin duda no era eso, si no la incoherencia
del momento, la incomprensión de todo lo que acababa de oír. Mi corazón latía
demasiado rápido y no podía evitar tener la boca medio abierta para poder
respirar con normalidad. Mis ojos no se separaron del suelo hasta que sentí un
brazo de Rubén rodeando mis hombros.
Solo entonces, el
dolor desapareció. O más bien se convirtió en rabia, que me hizo levantarme y
mirarle fijamente a los ojos.
-¿Qué haces, Rubén?-
le grité.
-No me has dejado
terminar...
-¿Qué coño haces?-
insistí.
-Solo estoy
intentando tranquilizarte.- respondió.
-Me traes aquí, en
coche, en mitad de la madrugada, a decirme que al mundo no le importa una
mierda que me muera, a espetarme como si nada que sabes que he intentado
suicidarme y ¿después me abrazas?
-Estás
exagerando.-dijo, negando con la cabeza.
-¿Exagerando?.-
chillé.
Se levantó y me
cogió por las muñecas, lo que hizo que separase mi mano izquierda de él, con
furia. Mi respiración estaba agitada.
-¿Nunca te has
tocado los cortes?- preguntó, mirándome a los ojos, sin obtener respuesta.
>Ni siquiera los has mirado, ¿verdad?
Mi vista se nubló
mientras negaba con la cabeza, y mi corazón se puso en mi garganta mientras él
iba desatando mis pulseras. No pude evitar apartar la mirada, así que cuando
terminó, sin soltar mi muñeca, con su mano izquierda me hizo mirar hacia él.
-¿Me dejas
terminar?- preguntó.
Asentí. Y mientras
empezó a hablar, acarició mis cortes, lo que me hizo mirarlos y lo que hizo que
empezase a llorar.
-Aunque este mundo
sea tan grande y tu tan pequeña, siempre habrá alguien a quien tú cambies el
mundo, siempre darás sentido a la vida de alguien. ¿Te has imaginado cómo será
el mundo de la gente que te quiere si te vas? Para esa gente todo cambiará, y
el universo, por grande que sea, nunca será igual. Siempre se preguntarán que
han hecho mal, y aunque estés en sus mentes, no estarás de verdad... Siempre
faltará esa insignificante personita que le da sentido a su universo.
Elevé la mirada, con
miedo a descubrir algo de lo que tenía certeza.
-Rubén... Julia no
te dejó sin más, ¿verdad?
-Alexandra, ya perdí
una novia... No quiero perder a mi hermana.-dijo mientras tragaba saliva.
-No soy tu
hermana.-susurré.
-Hermanastra... Lo
que sea. No quiero perderte. Y no puedo perderte. No voy a dejar que esos putos
cortes se lleven a alguien más cerca de mí.
Dijo mientras se
subía al coche. Allí me esperaba un largo viaje, en el que nadie abrió la boca
hasta que el motor del coche dejó de rugir.
-¿Puedo preguntarte
algo? -susurré, entre las últimas lágrimas.
-Claro.- dijo
mientras se guardaba las llaves del coche en el bolsillo.
-¿Por qué me
llevaste en coche?
-Así me aseguraba de
que no te escapases.- sonrió.
-¿Y lo de la
ventana?
-Si mirabas por tu
ventana no ibas a hablar, simplemente llorarías, pero al poder verte estaba
seguro de que intentarías explicarte. Tu imagen de "chica dura" no se
daña sin más, ¿no?
Reí. Salimos del
coche y nos dirigimos a casa. De nuevo hacia mi tormenta. Pero justo antes de
que abriese la puerta, justo en el último segundo me acerqué a él.
-Gracias.- susurré
en su oído.