21.8.13

Capítulo 1
     Un martilleo constante recorría la habitación, detrás de las cortinas translucidas se podían intuir las ramas de un árbol golpeando una y otra vez el cristal. Di una vuelta en la cama, ni mucho menos la primera, así que resoplé y decidí que sería la última. Cogí una sudadera y, descalza, pero con unos zapatos en la mano, lo más sigilosamente que fui capaz recorrí la casa, y ya en el umbral de la puerta, me calcé. Cuando estaba en el rellano, dispuesta a bajar hacia la calle, recordé el día en el que me habían enseñado el piso, y subí todas las escaleras, a un paso lento hasta la azotea.
     Se respiraba un aire puro, y se podía ver gran parte de la ciudad. El tímido sol iluminaba el alba, con aquella luz anaranjada tan peculiar. El frío acarició mi piel, con la misma delicadeza con la que yo posaba mi vista en el horizonte. Los pensamientos se agolparon en mi cabeza, junto con las inseguridades. Y la soledad. Algo que me había perseguido, dándome sombra, desde la huída de Jaime. Eché tanto de menos un cuerpo abrazándome que el frío me recorrió por completo, cerré los ojos y tragué saliva, intentando olvidarme de los problemas que parecían perseguirme fuera a dónde fuera. Miré mis pulseras, que me cubrían, me separaban de mi realidad, y sobre todo separaban al resto del mundo de descubrirla. Aunque supongo que ya era más que obvio que algo se escondía detrás de aquellas cintas que nunca me quitaba y que resultaban excesivas a cualquier ojo. Las manos me temblaban, y mis ojos miraron al frente, en mitad de la madrugada. Quizás buscaba una razón por la que estar allí, o quizás solo buscaba la razón que me llevaba a seguir viviendo, lo que me hizo mirar de nuevo a mi cubierta muñeca. A veces pensaba tan fríamente en mi propia muerte que me asustaba pensar en mi misma. Una fría mano interrumpió esos - no debidos- fríos pensamientos.  Una voz grave llegó a mis oídos, rompiendo el silencio de una forma tan delicada, que había conseguido no sobresaltarme aunque jamás la hubiese esperado. Era Rubén. Intenté esconder las lágrimas secándomelas con el dorso de la mano, aunque sabía que él ya se había dado cuenta de ellas desde el momento que había entrado. Lo que no sabía era cuánto tiempo hacía que me estaba observando.
     -¿Qué haces aquí?- me dijo.
     -Juraría que lo mismo que tú. -apunté observando cómo sacaba de su bolsillo trasero un cigarro y un mechero. Tan solo otra forma de huir de las dificultades.
     -¿No puedes dormir? -negué con la cabeza.- Yo tampoco, ¿qué tal si "nopodemosdormir" juntos?
     -Es el mejor plan que me han hecho en mucho tiempo.
     Sonrió, pero en sus ojos se reflejaba una mirada agria. Y al verme reflejada en ellos comprendí que mis ojos rosados encima de mi sonrisa expresaban exactamente lo mismo. Se llevó el cigarro a la boca, y segundos después expiró todo el humo que contenían sus pulmones. El viento lo arrastró, haciendo hondas con él, una y otra vez que seguí con mis ojos hasta que el contraste por la luz de la azotea desapareció y todo ese humo se disipó convirtiéndose en invisible.
     -¿Sabes cuando a veces nos gusta algo, pero nos auto convencemos de que no nos gusta? Nos decimos a nosotros mismos "no, no te gusta" y terminamos engañándonos, terminamos creyéndolo porque pensamos que es malo para nosotros. -le miré, expectante mientras le daba otra calada al cigarro y se preparaba para seguir hablando.- Supongo que me he empeñado en que no me cayeses bien desde que entraste por la puerta.
     -No hace falta que te disculpes, Rubén... No es que yo haya hecho nada para caerte bien, sino más bien todo lo contrario.
     -No estaba preparado para que nadie llegase, ¿sabes? -su mirada estaba perdida, a lo lejos, tragó saliva.- Hace poco que salió de mi vida alguien muy importante para mí. De ella eran todas esas cosas... Se fue, sin más, ¿sabes? Un día me levanté y se había ido, sin una puta explicación... Solo una nota, un adiós, yo no...
     -Rubén.- le interrumpí.- No hace falta que te excuses, no hace falta que me cuentes absolutamente nada si no quieres.
     Asintió, mientras se mordía el labio.
     -Solo es que la echo de menos, ¿sabes? Mucho.
     -Creo que es visible que yo también le echo de menos...- susurré.
     -¿Cómo se llama?- dijo su voz, directa de su garganta.
     -Jaime.- sonreí, tristemente.
     Ambos miramos a la calle, tantos metros debajo de nuestros propios pies, aunque yo aguanté poco haciéndolo, mi vista se elevó, inevitablemente, mientras contenía la respiración solo para intentar hacer lo mismo con las lágrimas, ya rozando mis mejillas.
     -¿Sabes? No deberías preocuparte por haberme odiado.- me miró, yo ni siquiera pude mantener mis ojos en los suyos más de unos segundos.- Nadie, nunca, podrá odiarme más que yo misma.
     -Yo no...- dijo él, tembloroso.
     -Ya, sé de sobra que parezco una chica segura, no lo soy, Rubén... Y nunca lo seré.
     Juraría que lo vi tambalearse en su sitio, hubiese jurado verle inseguro, pero deseché la idea, jurando que eso no era posible. Sin embargo, parecía contener las lágrimas. Tomó otra calada de su cigarro, y presionándolo con los labios me acercó con las dos manos hasta su pecho. Las lagrimas parecían brotar sin pausa y mi piel se erizó.
     -No quiero mancharte el jersey.- susurré, refiriéndome al maquillaje que parecía inundar ya mi cara.
     -De todas formas, esta semana te toca hacer la colada.- rió, besándome el pelo.
     Y, solo entonces, por primera vez desde que había llegado me sentí en casa. Aunque esa sensación duró menos de lo que hubiese deseado. De hecho, fue una de las sensaciones más efímeras que había tenido en mucho tiempo. Al reincorporarme, descubrí que mis pulseras habían descendido lo suficiente como para ver el principio de un corte. Un corte que de algún modo encajaba perfectamente con la razón que me había llevado a estar enterrada en el pecho de alguien a quien hace unas horas odiaba. Y esa reflexión me hizo mirar atentamente a esa persona, y descubrir que él también estaba mirando a mi muñeca.
     Acto seguido nuestras miradas se cruzaron y no pude evitar mirar al suelo.
     -Ven a dar una vuelta conmigo en mi coche. - dijo.- Por favor.
     -Rubén...- respondí, sin apenas levantar la mirada del suelo.
     -Pero con una condición: Prométeme que solo miraras hacia adelante o hacia mí, nunca hacia la ventanilla derecha.
     -Rubén, no puedes poner condiciones si me lo estás pidiendo tú.
     -Claro que puedo. -dijo elevando la cabeza para que dijese la palabra que necesitaba escuchar.
     -Prometido.- me resigné, admitiendo que no tenía más opciones que darle explicaciones en un maldito coche.

     Segundos después maldecía aquella palabra más que nada. Llevaba un buen rato con Rubén en el coche cuando entramos en la autopista y todavía no había dicho una palabra.
-Mira, Rubén. Si pretendes que valore mi vida porque ahora pongas este trasto a 180 km/h y vea la muerte delante de mis narices, no... - mascullé, deseando volver a estar en mi cama y contemplando la hora en un naranja neón en un pequeño monitor.
-Sh.- me interrumpió. - ¿Sabes? Yo valoro mi vida. No la voy a tirar por la borda para demostrarte que merece la pena.
Le miré, con los ojos como platos, elevando las cejas y arrugando la frente, para después descenderlas y mirar por mi ventanilla.
-Mira hacia adelante.- ordenó.
Bufé y miré atentamente al alquitrán sobre el que conducía, sin dejar de observar la línea continua del lado derecho de la autopista.
-Alex.- me llamó, lo que me hizo mirarle.- ¿Ves esto?.- preguntó, elevando la barbilla hacia el frente, lo que me hizo contemplar los campos y montañas, los coches y la carretera.
-Sí, claro.
-Esto, es una parte tan insignificante del mundo que asusta. Es incluso más pequeño que una hormiga respecto de una ballena... Pues imagínate como será esta mierda de carretera respecto del universo. Del universo entero, ¿sabes?
-¿A dónde quieres llegar?
-Tú ahora vives en Madrid, ¿no? Pues tu vuelves a ser una parte enana de una cosa grande...- continuó sin escuchar mi pregunta. Hacía tiempo que había despegado mis ojos de la carretera y me centraba en uno y cada uno de sus movimientos, de los sentimientos que presentaba en su cara al hablar.- Así que si volvemos a tomar el ejemplo de la hormiga y la ballena... Resultaría que tú, para el mundo eres tan pequeña como para ti un microbio. Y para el universo... Pues imagínate lo que eres para el universo. Así que, concluyendo. Para el mundo, eres insignificante.
Le miré, sorprendida, sin perder detalle de las palabras que se agrupaban en mi interior, que se movían de neurona en neurona, sin parar de querer más, aunque suponiendo que en el fondo sabía lo que venía, sabiendo qué iba a pasar y que iba a doler, al ver la rabia en su interior que se demostraba en cada movimiento seco y fuerte a la vez, aunque intentase disimularlo.
-Si tu ahora mismo te murieses, no importaría una mierda. El mundo seguiría igual, nada cambiaría. Absolutamente nada. A Dios, si es que existe- dijo mirando el crucifijo de una de mis pulseras.- le importa una mierda que estés bien o mal, que estés muerta o viva. Y al fin y al cabo, al resto del mundo también.
Mis ojos me empezaron a escocer, o mejor dicho a quemar y las manos me temblaban, junto con las piernas y los labios. Pero nada era comparado con ese dolor que me oprimía el pecho y que me estaba impidiendo respirar por unos segundos.
Aún así, no despegué mis ojos de su perfil.
-De hecho, al mundo le dan igual tus cortes. ¿Sabes?¡A Dios se la suda si tú te machacas, y eso duele muchísimo más que la jodida muerte! Al mundo se la suda si te quieres matar o si estás muerta, Alexandra.- finalizó.
No sé si fue la forma de decir mi nombre al final, la forma de tratar mi vida como una basura, de decir que le daba igual al resto del mundo, de que él había sido la primera persona en decirme en alto que me había intentado matar o el hecho de que lo hubiera hecho de aquella manera tan fría, pero la sangre hirvió en mis venas y separé mis ojos de él para mirar a un lado y llorar mientras la rabia me consumía.
-Mira hacia el frente, Alexandra.- volvió a ordenar.
-Para el coche...- susurré.
-¿Qué?
-Que pares el puto coche. ¡Páralo ya, joder!

Al cabo de unos minutos estaba sentada en un quitamiedos, mirando al suelo, como un herido en un accidente. Aunque estoy segura que ningún herido siente tanto dolor como yo sentía en ese momento. Pero lo peor sin duda no era eso, si no la incoherencia del momento, la incomprensión de todo lo que acababa de oír. Mi corazón latía demasiado rápido y no podía evitar tener la boca medio abierta para poder respirar con normalidad. Mis ojos no se separaron del suelo hasta que sentí un brazo de Rubén rodeando mis hombros.
Solo entonces, el dolor desapareció. O más bien se convirtió en rabia, que me hizo levantarme y mirarle fijamente a los ojos.
-¿Qué haces, Rubén?- le grité.
-No me has dejado terminar...
-¿Qué coño haces?- insistí.
-Solo estoy intentando tranquilizarte.- respondió.
-Me traes aquí, en coche, en mitad de la madrugada, a decirme que al mundo no le importa una mierda que me muera, a espetarme como si nada que sabes que he intentado suicidarme y ¿después me abrazas?
-Estás exagerando.-dijo, negando con la cabeza.
-¿Exagerando?.- chillé.
Se levantó y me cogió por las muñecas, lo que hizo que separase mi mano izquierda de él, con furia. Mi respiración estaba agitada.
-¿Nunca te has tocado los cortes?- preguntó, mirándome a los ojos, sin obtener respuesta.
     >Ni siquiera los has mirado, ¿verdad?
Mi vista se nubló mientras negaba con la cabeza, y mi corazón se puso en mi garganta mientras él iba desatando mis pulseras. No pude evitar apartar la mirada, así que cuando terminó, sin soltar mi muñeca, con su mano izquierda me hizo mirar hacia él.
-¿Me dejas terminar?- preguntó.
Asentí. Y mientras empezó a hablar, acarició mis cortes, lo que me hizo mirarlos y lo que hizo que empezase a llorar.
-Aunque este mundo sea tan grande y tu tan pequeña, siempre habrá alguien a quien tú cambies el mundo, siempre darás sentido a la vida de alguien. ¿Te has imaginado cómo será el mundo de la gente que te quiere si te vas? Para esa gente todo cambiará, y el universo, por grande que sea, nunca será igual. Siempre se preguntarán que han hecho mal, y aunque estés en sus mentes, no estarás de verdad... Siempre faltará esa insignificante personita que le da sentido a su universo.
Elevé la mirada, con miedo a descubrir algo de lo que tenía certeza.
-Rubén... Julia no te dejó sin más, ¿verdad?
-Alexandra, ya perdí una novia... No quiero perder a mi hermana.-dijo mientras tragaba saliva.
-No soy tu hermana.-susurré.
-Hermanastra... Lo que sea. No quiero perderte. Y no puedo perderte. No voy a dejar que esos putos cortes se lleven a alguien más cerca de mí.
Dijo mientras se subía al coche. Allí me esperaba un largo viaje, en el que nadie abrió la boca hasta que el motor del coche dejó de rugir.
-¿Puedo preguntarte algo? -susurré, entre las últimas lágrimas.
-Claro.- dijo mientras se guardaba las llaves del coche en el bolsillo.
-¿Por qué me llevaste en coche?
-Así me aseguraba de que no te escapases.- sonrió.
-¿Y lo de la ventana?
-Si mirabas por tu ventana no ibas a hablar, simplemente llorarías, pero al poder verte estaba seguro de que intentarías explicarte. Tu imagen de "chica dura" no se daña sin más, ¿no?
Reí. Salimos del coche y nos dirigimos a casa. De nuevo hacia mi tormenta. Pero justo antes de que abriese la puerta, justo en el último segundo me acerqué a él.

-Gracias.- susurré en su oído.